Si yo fuera una revista sin duda me llamaría “Ser Idiota Hoy”.
Tengo un don para la estupidez, en serio, es algo que no puedo explicar, me
sale natural.
A veces dudo, no sé si es estupidez innata o pura mala suerte,
o las dos, o ninguna, no sé. Pienso que si fuera idiotez innata no tendría amigos, y
los tengo, aunque quizás ellos sean tan idiotas como yo, no sé. La cosa es que,
o idiotez o mala suerte me persiguen. Mis amigos me dicen que no pasa nada, que
es idea mía, que todos hacemos idioteces de vez en cuando, pero sospecho que lo
hacen para que no me sienta tan mal cuando me mando una.
La semana pasada, por ejemplo, estábamos estrenando la nueva
canchita de básquet que hicieron en la plaza del barrio. Ninguno de nosotros
tiene la más mínima idea de básquet, pero queríamos probar. Estuvimos un rato
jugando, salpicándonos transpiración, buscando la pelota que se iba a la calle
obviamente por culpa mía, en fin, pasándola bien… hasta que uno de los chicos
dio la voz de alerta. Con un “¡Miren, miren!” desvió nuestra atención hacia uno de los
bancos de la plaza, donde acababan de sentarse tres chicas que ya nos estaban
mirando. Retomamos el juego pero con una estrategia distinta, obviamente, la
idea era mostrarnos.
Al rato de retomar el juego me di cuenta que las chicas
habían empezado a cuchichiar y cada vez
que yo agarraba la pelota hacían esas risitas que solamente hacen las chicas.
Empecé a ponerme un poco incómodo, pero uno de mis amigos me dijo:
-¡Mirá
como te miran boludo! ¡Andá a hablarles!
Yo dije que no, pero ante la insistencia de todos miré hacia
el banco y les sonreí. Las risitas aumentaron.
-¡Dale,
dale, andá! – Insistían ellos y las chicas seguían mirándome.
Todos estábamos sin remera porque hacía calor, así que alcé
la mia del suelo, me sequé la transpiración de la cara, respiré profundo y
encaré a caminar.
Cuando me vieron las chicas empezaron a codearse, y entre
medio de las risitas alcancé a escuchar un “Ahí viene, ahí viene”. Mis amigos
atrás se reían y me gritaban cosas para
alentarme, yo empecé a tomar coraje y no apartaba la vista de las chicas.
Y ahí, cuando todo parecía cerrarse en un círculo perfecto,
nuevamente apareció mi inseparable estupidez, mala suerte, lo que sea. La raíz
de un árbol pareció emerger de la tierra justo delante de mi pie derecho. Mi
visión de las chicas desapareció y de pronto el suelo pareció deslizarse
velozmente hacia adelante y ascender hacia mi nariz. Un olor particular y desconocido invadió mi sentido un instante antes del impacto. Sentí un fuerte sacudón y
después, silencio.
Me di cuenta que había tropezado con la raíz y la propia
inercia de la caminata me había hecho volar unos metros hasta caer de jeta
contra el suelo, justo unos pasos antes de la banco de las chicas.
Me levanté, me sacudí la tierra, me limpié la sangre de la nariz
y el labio, me acomodé el pelo y, aunque un poco mareado por el golpe, seguí
caminando como si nada. Pasé al lado del banco donde estaban las chicas que ya
no se reían mas, pasé por los juegos infantiles, pasé por la vereda, crucé la
calle, llegué a mi casa… ya acá estoy desde la semana pasada.
No pienso salir
más.
Me gusta!! Para vos olor a golpe, para mi olor a sangre..
ResponderEliminarJajaja!! No creas que sólo vos sabés lo que es esa vergüenza! Somos varios los que disimulamos!
ResponderEliminarAbrazo!