Nada me molesta mas que perder una batalla contra mi propio
yo, es terrible, es la prueba viva de que una parte mia es mas fuerte que la
otra, es la puesta en escena de un guion armado por alguno de los dos vecinos
con los que tengo que convivir. Lo peor es que a veces el perder la batalla es
lo mejor que me puede pasar, pero mi otro yo se resiste a entenderlo.
Esto me paso hace unos años, nunca tuve una sensación de separación
tan fuerte como cuando me fui de mi casa. A pesar de haber enfrentado
separaciones drásticas en mi vida, como dejar mi casa natal y mi gran familia
para venir a vivir a una provincia distinta, o cuando mis viejos decidieron que
la cosa entre ellos ya no iba mas, o cuando mis hermanos decidieron comenzar
sus propias vidas, en ninguna de esas ocasiones sentí lo mismo que me tocaba
sentir ahora, era distinto. Era yo la que se iba, también en busca de una nueva
vida y con un bolso cargado con muchos planes , pero me estaba yendo. Estaba
abandonando ese lugar que había sido mi refugio, que guardaba todos mis
secretos, y que siempre me pregunté cómo se vería estando ordenado: estaba
abandonando la trinchera, estaba yéndome de mi pieza.
Cuando llegamos a vivir a Santa Fe mi pieza era la única habitación
de toda la casa además del baño. Era cocina, comedor y habitación al mismo
tiempo, después fue solo cocina y finalmente fue la pieza de mi hermano. El dia
que él se casó y se fue a su propia casa fue el dia mas feliz de mi vida, lo
iba a extrañar un monton, pero ahora la pieza era mia. Tenía 14 años y mi
ansiedad era absoluta. Me mudé esa misma noche, que felicidad tan grande! Al
principio dejé todo como estaba, me ayudaba a no extrañarlo tanto, pero después,
de a poco la fui transformando en mí. Mi pieza era un reflejo mío.
Para empezar tenía dos camas, a veces estaban juntas y yo dormía
atravesándome en diagonal, y otras veces estaban separadas y dormía en la que
menos cosas tenía encima. Cuando abría la puerta lo primero que veía era un
poster del diario con una Ferrari Enzo, la ferrari hecha como homenaje a Il
Comendattore, después hacia la derecha en la misma pared que daba al sur estaba
la gran ventana por la que me gustaba mirar como la lluvia bañaba el jardín de
mi viejita. En la pared que daba al oeste tenía dos posters, uno de Jean Claude
Van Damme. Juan Claudio, como me gustaba decirle, fue mi primer héroe cinematográfico,
la primer peli que vi en el cine lo tenía como protagonista, EL GRAN DRAGON
BLANCO. El otro poster era de El Hombre Sin Sombra, la peli estaba
relativamente interesante, pero no era la gran cosa. Sin embargo por algo
ocupaba un lugar en mi pieza, y era porque había estrenado en la misma época que
yo tomé posesión del territorio, algún dia quizás ambos acontecimientos se recordarán
como una efeméride junto con cosas de menor importancia. En la pared norte
había un estante largo que mi hermano había puesto, el lo tenía con sus
perfumes, fotos, y demás nimiedades, yo lo tenía lleno de peluches. Arriba del
estante había un poster enmarcado de Ariel Arnaldo Ortega, un símbolo de River,
el equipo que mi hermano me había enseñado a amar. El lado B de la puerta tenía
también otro poster del Burrito, mucho, mucho mas grande, ambos posters
cortesía de una marca de gaseosa. Y por ultimo en la pared que daba al este,
una gran cartelera llena de pinchesitos donde
iba a parar todo lo que me parecía relevante de tener a la vista: Versículo
bíblicos, fotos, fechas, todo…
Ese reducto, aunque pequeño y sin terminar, fue mi cuartel
durante ocho años. Pasaron cosas increíbles ahí, en ese lugar perdí la
inocencia el dia que descubrí que Papá
Noel no existía, ahí me metía a jugar a la radio con el grabador de mi hermano
cuando el no estaba, fue mi rincón de unidad durante toda mi vida de club, a
veces hasta parecía literalmente una trinchera. Tambien ahí lloraba
desconsoladamente y me preguntaba muchas veces por qué, pero lo hacía sabiendo
que en ese lugar, tan mio, no estaba sola. Sabía que en la cama que menos cosas
tenía encima siempre había lugar para que se sentara Ese que me conoce mejor
que nadie, y estaba ahí para consolarme, mi General, el que solo quiere lo mejor para sus soldados, El siempre estaba ahí para mi.
Hoy, mi pieza es una especie de depósito de telas y maquinas
de coser, pero se ve que en casa tampoco fue tan fácil aceptar que ya no estoy,
es por eso que todavía queda algo de mí en ese lugar. Ya no es una trinchera,
pero aun conserva una de mis camas y el poster enmarcado del Burrito. Todavía queda algo de mí. Todavía puedo
volver a ese cuartel a planear estrategias, a llorar cuando me siento mal, o
simplemente a dormir una siesta.
Sin embargo hay un lugar que es más mío que cualquier otro,
aunque todavía no lo conozco y al que voy a ir dentro de poco. Un lugar que me
preparó Ese que me conoce mejor que nadie, mi General, un lugar aún mejor que mi pieza, una trinchera que ya no va a ser un lugar de refugio sino un lugar de encuentro. A
veces me olvido que tengo esa pieza esperándome y actúo como si esto fuera todo,
pero en esa casa tampoco se resisten a aceptar que yo no esté y siempre me están
esperando.