jueves, 22 de marzo de 2012

La Trinchera


Nada me molesta mas que perder una batalla contra mi propio yo, es terrible, es la prueba viva de que una parte mia es mas fuerte que la otra, es la puesta en escena de un guion armado por alguno de los dos vecinos con los que tengo que convivir. Lo peor es que a veces el perder la batalla es lo mejor que me puede pasar, pero mi otro yo se resiste a entenderlo.
Esto me paso hace unos años, nunca tuve una sensación de separación tan fuerte como cuando me fui de mi casa. A pesar de haber enfrentado separaciones drásticas en mi vida, como dejar mi casa natal y mi gran familia para venir a vivir a una provincia distinta, o cuando mis viejos decidieron que la cosa entre ellos ya no iba mas, o cuando mis hermanos decidieron comenzar sus propias vidas, en ninguna de esas ocasiones sentí lo mismo que me tocaba sentir ahora, era distinto. Era yo la que se iba, también en busca de una nueva vida y con un bolso cargado con muchos planes , pero me estaba yendo. Estaba abandonando ese lugar que había sido mi refugio, que guardaba todos mis secretos, y que siempre me pregunté cómo se vería estando ordenado: estaba abandonando la trinchera, estaba yéndome de mi pieza.
Cuando llegamos a vivir a Santa Fe mi pieza era la única habitación de toda la casa además del baño. Era cocina, comedor y habitación al mismo tiempo, después fue solo cocina y finalmente fue la pieza de mi hermano. El dia que él se casó y se fue a su propia casa fue el dia mas feliz de mi vida, lo iba a extrañar un monton, pero ahora la pieza era mia. Tenía 14 años y mi ansiedad era absoluta. Me mudé esa misma noche, que felicidad tan grande! Al principio dejé todo como estaba, me ayudaba a no extrañarlo tanto, pero después, de a poco la fui transformando en mí. Mi pieza era un reflejo mío.
Para empezar tenía dos camas, a veces estaban juntas y yo dormía atravesándome en diagonal, y otras veces estaban separadas y dormía en la que menos cosas tenía encima. Cuando abría la puerta lo primero que veía era un poster del diario con una Ferrari Enzo, la ferrari hecha como homenaje a Il Comendattore, después hacia la derecha en la misma pared que daba al sur estaba la gran ventana por la que me gustaba mirar como la lluvia bañaba el jardín de mi viejita. En la pared que daba al oeste tenía dos posters, uno de Jean Claude Van Damme. Juan Claudio, como me gustaba decirle, fue mi primer héroe cinematográfico, la primer peli que vi en el cine lo tenía como protagonista, EL GRAN DRAGON BLANCO. El otro poster era de El Hombre Sin Sombra, la peli estaba relativamente interesante, pero no era la gran cosa. Sin embargo por algo ocupaba un lugar en mi pieza, y era porque había estrenado en la misma época que yo tomé posesión del territorio, algún dia quizás ambos acontecimientos se recordarán como una efeméride junto con cosas de menor importancia. En la pared norte había un estante largo que mi hermano había puesto, el lo tenía con sus perfumes, fotos, y demás nimiedades, yo lo tenía lleno de peluches. Arriba del estante había un poster enmarcado de Ariel Arnaldo Ortega, un símbolo de River, el equipo que mi hermano me había enseñado a amar. El lado B de la puerta tenía también otro poster del Burrito, mucho, mucho mas grande, ambos posters cortesía de una marca de gaseosa. Y por ultimo en la pared que daba al este, una gran cartelera llena de pinchesitos  donde iba a parar todo lo que me parecía relevante de tener a la vista: Versículo bíblicos, fotos, fechas, todo…
Ese reducto, aunque pequeño y sin terminar, fue mi cuartel durante ocho años. Pasaron cosas increíbles ahí, en ese lugar perdí la inocencia el dia que  descubrí que Papá Noel no existía, ahí me metía a jugar a la radio con el grabador de mi hermano cuando el no estaba, fue mi rincón de unidad durante toda mi vida de club, a veces hasta parecía literalmente una trinchera. Tambien ahí lloraba desconsoladamente y me preguntaba muchas veces por qué, pero lo hacía sabiendo que en ese lugar, tan mio, no estaba sola. Sabía que en la cama que menos cosas tenía encima siempre había lugar para que se sentara Ese que me conoce mejor que nadie, y estaba ahí para consolarme, mi General, el que solo quiere lo mejor para sus soldados, El siempre estaba ahí para mi.
Hoy, mi pieza es una especie de depósito de telas y maquinas de coser, pero se ve que en casa tampoco fue tan fácil aceptar que ya no estoy, es por eso que todavía queda algo de mí en ese lugar. Ya no es una trinchera, pero aun conserva una de mis camas y el poster enmarcado del Burrito.  Todavía queda algo de mí. Todavía puedo volver a ese cuartel a planear estrategias, a llorar cuando me siento mal, o simplemente a dormir una siesta.
Sin embargo hay un lugar que es más mío que cualquier otro, aunque todavía no lo conozco y al que voy a ir dentro de poco. Un lugar que me preparó Ese que me conoce mejor que nadie, mi General, un lugar aún mejor que mi pieza, una trinchera que ya no va a ser un lugar de refugio sino un lugar de encuentro. A veces me olvido que tengo esa pieza esperándome y actúo como si esto fuera todo, pero en esa casa tampoco se resisten a aceptar que yo no esté y siempre me están esperando.

jueves, 8 de marzo de 2012

Fabula.


En mi infancia y luego en mi adolescencia, siempre me gustó una cancion de Eros Ramazotti llamada "Fabula", lo unico que no me convencía era el final, no lograba entenderlo. Bueno, me decidi a relatar los hecho de esta fabula segun mi cabeza y segun el final que alguna vez me imaginé. Aquí estan los resultados.


MI FABULA.

El amaba pasar sus horas en el bosque, como todo joven, despreocupado de la vida, se sentía libre haciendo lo que le gustaba, y lo que le gustaba era estar en el bosque imitando a los arboles. Nunca supimos bien porque le gustaba hacer eso, era un juego raro que comenzó cuando era un nene. Le gustaba ir al bosquecito, arremangarse su camisa, descalzar sus pies y tomar una posición parecida a la de algún árbol, decía que así podía aprender muchos secretos del bosque. Todos los días era la misma rutina: llegaba de la escuela, tomaba su merienda y se iba corriendo al bosque, a seguir aprendiendo secretos, que por cierto nunca compartió con nadie, será por eso que nunca le creí.
 Asi fue hasta que, ya pasados unos años desde que le dio inicio a este juego, una tarde no volvió. La naturaleza le había concedido lo que el tanto anhelaba, y esa tarde pasaría a formar parte del bosque. Sus pies descalzos en la hierba fueron hundiéndose en la tierra en busca de una refrescante humedad, sus brazos se extendieron aún mas de lo que él podía imaginar, su cabello se alargó y comenzó a emanar un aroma fresco, como el olor de la primavera, su cuerpo se endureció y ya no pudo moverse, pero a la vez se sentía fuerte y resistente.  El céfiro comenzó a soplar y los arboles a su alrededor comenzaron a moverse, como haciendo una reverencia para darle la bienvenida al bosque. La lluvia comenzó a caer y mojó sus hojas,  y los animales silvestres vinieron a refugiarse en él.  “Esto es lo que quería, ya no necesito mas nada”, dijo, y se durmió.
Era feliz. Todo lo que necesitaba estaba a su alcance. Hasta que un día, unos ojos profundos como el azul del cielo llegaron para perturbar su quietud. Sintió que su raíz se estremecía al observar a una linda mujercita acercarse hacia él. Ella caminaba con una gracia desconocida , tenía el cabello negro como la noche y una sonrisa que opacaba la luz del sol. Ella se sentó bajo su sombra, sacó un libro y comenzó a leer. ¡Que desconcierto repentino se generó dentro de él! ¿Que era lo que le ocurría? ¿Porque no podía dejar de mirarla? El no podía soportar tenerla tan cerca sin poder acariciarla, intento alargar sus ramas y movió sus hojas para mostrarle que estaba allí, con ella, pero fue inútil. Se quedó inmóvil, observándola todo el tiempo que estuvo allí. Al cabo de un momento ella se paró y comenzó a alejarse, pero no alcanzó a dar unos pocos pasos cuando giró, miró al árbol y se sonrió, “Mañana voy a volver”, dijo para sí, y se alejo corriendo. El sintió un vacio tan grande como jamás antes lo había sentido, ni como hombre ni como árbol, no entendía por qué ya no era feliz siendo un árbol, quería salir corriendo detrás de ella y abrazarla, pero ya no podía.
La noche fue larga y la mañana aun mas. Pero llego la tarde y sus ansias crecieron. Un poco antes del ocaso, sus ojos de aguamarina aparecieron nuevamente y el volvió a vivir. Su savia comenzó a fluir nuevamente y sus ramas se alegraron, se sacudió entero dejando caer una lluvia de hojas como obsequio para su amada. Sí, la amaba. Ella sonrió alegremente sin entender, no importaba, ya estaba allí.
Cada ocaso era la muerte para él, la luz del sol se extinguía y ella partía, prometiendo siempre, a ella misma o, quien sabe, a él, que volvería. Cada día ella regresaba y  él reverdecía. Ella lo eligió, era su refugio, y él sabia que aunque llegara el ocaso, ella volvería.
El tiempo pasó y el anhelo de poder tocar a su amada era cada vez mas grande. Ese dia, a comienzos del otoño mientras esperaba que llegara la tarde algo pasó. Ella llegó antes de lo habitual, pero no venía sola, un joven tomaba dulcemente su mano, y ambos se sentaron al resguardo del viento bajo su copa. El no sabía qué ocurría, estaba desconcertado. Los jóvenes reían y hablaban en un tono muy cómplice. De repente, el joven sacó de su bolsillo un estuche y tomando la mano de su compañera y ofreciéndole una anillo le propuso matrimonio, él sintió que su raíz se secaba y su corazón de hombre se hacía trizas. Ella sonriente y con lagrimas en los ojos dijo que sí y ambos se fundieron en un abrazo que a él le pareció eterno. Ambos tomaron una piedra y escribieron sus iniciales dentro de un corazón en la corteza del árbol. Fue el dolor mas grande que sintió en toda su vida, no tanto por la marca, si no porque allí estaban inmortalizando la separación definitiva entre el y su amada. Los jóvenes se fueron, y el se quedó solo, con su dolor. Sus hojas perennes se tiñeron de amarillas y de a poco comenzaron a caer. Ella, ya no volvió.
El tiempo parecía haberse detenido. El otoño había pasado y el crudo invierno había secado prácticamente todo el bosque, la primavera estaba cerca, pero a él no le importaba, no había flores que se igualaran a su belleza ni perfumes que se parecieran al de su piel. No quería vivir mas, sus hojas habían caído por completo y su tronco parecía estar secándose, no le importaba.
Pasaron cuatro largos y tristes años, el árbol se había secado casi por completo, solamente subsistía su raíz bajo la tierra, al abrigo de quien sabe qué esperanza. El sonido de una risa familiar lo despertó de su letargo, ¿Sería posible que haya vuelto? Sus ojos nublados alcanzaron a divisar una silueta que luego fue tomando una forma conocida. Era ella, había regresado. Pero esta vez tampoco estaba sola. Una pequeña niña corría delante de ella en señal de juego, sin duda era su hija, la belleza de esos ojos de cielo no podía repetirse de otra forma, tenía que ser su hija. El intentó volver a dormir, ya había sufrido demasiado. Pero de pronto sintió algo raro, ambas mujeres estaban a su alrededor “arreglándolo”. Le quitaban las ramas viejas, le pusieron tierra nueva y le llevaron agua para su raíz. Ella estaba triste por él, el lo sabía, y se sintió culpable por ser quien provocara la desaparición de esa sonrisa inigualable. Después de tanto tiempo el pudo comprobar que también le importaba a ella y puso todo de sí para recuperarse, quería verla feliz, sin importar donde o con quien, si ella era feliz, el también lo sería.
Ella comenzó a venir diariamente otra vez algunas veces con su hija, quien jugaba en una hamaca puesta en sus ramas,  otras también con su esposo. Ya no le importaba, le bastaba con verla y a veces con lograr acercar sus ramas hacia ella. Era su razón de ser, a su manera, pero lo era.
Los días pasaron, los meses, los años… Ambos envejecieron, y aun así ella siempre tenía un buen libro para leer bajo sus ramas y él, una lluvia de hojitas para regalarle.
Un día, ella llego tarde a la cita, se la veía cansada, abatida por el paso del tiempo. Se sentó con dificultad y miró hacia arriba, “Mi amigo, si tus ramas hablaran…” dijo, él sintió que su corazón se paralizaba, era la primera vez que le hablaba. Ella se quedó un rato sentada y luego, con dificultad se levantó y se fue. Como la primera vez, giro sobre sus pasos, lo miró y le dijo: “Gracias por tan lindos momentos”.  El nunca más volvió a verla.
Ella murió unos días después sin saber que al día siguiente de su última visita, habían talado a su querido árbol. Con la madera, fabricaron un ataúd, el más fuerte, y de mejor calidad, el ataúd que su esposo eligió esa noche para ella.
El nunca había podido acariciarla. Ella nunca supo que el la amaba. Ahora, el la tenía entre sus brazos para siempre.

martes, 6 de marzo de 2012

Arrancamos...

Cuantas veces quise hacer esto y no me animé, las preguntas hacían de mi cabeza una calesita, ¿Valdrá la pena? ¿A alguien le importará lo que tengo para decir? lo que es más, ¿Realmente tengo algo para decir? ¿Que estarán dando en la tele? ¿Cómo habrá salido River? En fin, cuestiones y mas cuestiones que hacían que bajara de la quinta a la primera en un solo movimiento, quedándome al resguardo en la sombra de mis dudas, la única protección que conocía. Hasta hoy.
Hoy me levanté, prendí la compu y dando vueltas por ahí me encontré con un gran escritor, pero lo que es mejor, con un gran amigo, que me dijo: "Yo escribo para mi, si a alguien le gusta lo que escribo, mejor."

Hoy fue mi día franco, no tuve que presentar armas en las filas de la batalla, y tuve mucho tiempo para pensar, pensar en todo lo que tengo que hacer y en todo lo que quiero hacer. Como dicen por ahí, a veces lo urgente no deja tiempo para lo importante, y es así que la idea estuvo dando vueltas por mi cabeza todo el día, mientras hacía las cosas "urgentes", pero llegó la noche y dije basta, escribamos. Escribamos acerca de lo que sea, pero escribamos. Hablo en plural porque escribo con dos vecinos que tengo al lado, aunque hay uno que sólo tiene sugerencias poco saludables, trato de no escucharlo pero a veces se me hace un poco difícil. El otro siempre tiene razón, y aunque trato de escucharlo, también a veces se me torna muy difícil. Ellos dos forman parte de mi vida, lamentable y afortunadamente. Uno me dice que vaya y me pare en el medio del campamento enemigo y plante mi bandera ¿Resultados? Mínimo un tiro en la frente, mínimo. El otro me dice que planee cuidadosamente una estrategia, que pida consejos a los mas experimentados, pero por sobre todo que respete los mandatos del General, que solo quiere preservar la vida de sus soldados. Aun ante algo tan obvio, a veces me pregunto a cual de los dos escuchar. Por qué el peligro es tan atractivo? No lo se, pero lo quiero lo mas lejos posible

Acá estoy. Tratando de lograr hacer de este espacio algo mio, donde los reportes de cada batalla sean un manual para seguir viviendo, donde pueda aprender de cada paso que doy, o que no doy. Estoy acá porque sin duda tengo mucho para decir, pero todo a su tiempo, de a poco.
Confieso que me da un poco de vergüenza todo esto, la idea no es exponer mi vida para que todos sepan que hago en cada momento, quiero que este espacio sea un lugar de reflexión, que me pueda servir el día de mañana para no pisar la misma mina. Quiero ver esto y recordar que lo que hice lo hice con pasión, con el convencimiento de que era lo correcto, con toda el alma, y espero no arrepentirme.

No tengo el oficio de la pluma, es la primera vez que hago esto sin un profesor que me lo haya pedido, por lo tanto iré experimentando a medida que pase el tiempo. Lo importante hoy para mi es que logre dar el primer paso, ya tengo una medalla en mi uniforme de guerra.