jueves, 8 de marzo de 2012

Fabula.


En mi infancia y luego en mi adolescencia, siempre me gustó una cancion de Eros Ramazotti llamada "Fabula", lo unico que no me convencía era el final, no lograba entenderlo. Bueno, me decidi a relatar los hecho de esta fabula segun mi cabeza y segun el final que alguna vez me imaginé. Aquí estan los resultados.


MI FABULA.

El amaba pasar sus horas en el bosque, como todo joven, despreocupado de la vida, se sentía libre haciendo lo que le gustaba, y lo que le gustaba era estar en el bosque imitando a los arboles. Nunca supimos bien porque le gustaba hacer eso, era un juego raro que comenzó cuando era un nene. Le gustaba ir al bosquecito, arremangarse su camisa, descalzar sus pies y tomar una posición parecida a la de algún árbol, decía que así podía aprender muchos secretos del bosque. Todos los días era la misma rutina: llegaba de la escuela, tomaba su merienda y se iba corriendo al bosque, a seguir aprendiendo secretos, que por cierto nunca compartió con nadie, será por eso que nunca le creí.
 Asi fue hasta que, ya pasados unos años desde que le dio inicio a este juego, una tarde no volvió. La naturaleza le había concedido lo que el tanto anhelaba, y esa tarde pasaría a formar parte del bosque. Sus pies descalzos en la hierba fueron hundiéndose en la tierra en busca de una refrescante humedad, sus brazos se extendieron aún mas de lo que él podía imaginar, su cabello se alargó y comenzó a emanar un aroma fresco, como el olor de la primavera, su cuerpo se endureció y ya no pudo moverse, pero a la vez se sentía fuerte y resistente.  El céfiro comenzó a soplar y los arboles a su alrededor comenzaron a moverse, como haciendo una reverencia para darle la bienvenida al bosque. La lluvia comenzó a caer y mojó sus hojas,  y los animales silvestres vinieron a refugiarse en él.  “Esto es lo que quería, ya no necesito mas nada”, dijo, y se durmió.
Era feliz. Todo lo que necesitaba estaba a su alcance. Hasta que un día, unos ojos profundos como el azul del cielo llegaron para perturbar su quietud. Sintió que su raíz se estremecía al observar a una linda mujercita acercarse hacia él. Ella caminaba con una gracia desconocida , tenía el cabello negro como la noche y una sonrisa que opacaba la luz del sol. Ella se sentó bajo su sombra, sacó un libro y comenzó a leer. ¡Que desconcierto repentino se generó dentro de él! ¿Que era lo que le ocurría? ¿Porque no podía dejar de mirarla? El no podía soportar tenerla tan cerca sin poder acariciarla, intento alargar sus ramas y movió sus hojas para mostrarle que estaba allí, con ella, pero fue inútil. Se quedó inmóvil, observándola todo el tiempo que estuvo allí. Al cabo de un momento ella se paró y comenzó a alejarse, pero no alcanzó a dar unos pocos pasos cuando giró, miró al árbol y se sonrió, “Mañana voy a volver”, dijo para sí, y se alejo corriendo. El sintió un vacio tan grande como jamás antes lo había sentido, ni como hombre ni como árbol, no entendía por qué ya no era feliz siendo un árbol, quería salir corriendo detrás de ella y abrazarla, pero ya no podía.
La noche fue larga y la mañana aun mas. Pero llego la tarde y sus ansias crecieron. Un poco antes del ocaso, sus ojos de aguamarina aparecieron nuevamente y el volvió a vivir. Su savia comenzó a fluir nuevamente y sus ramas se alegraron, se sacudió entero dejando caer una lluvia de hojas como obsequio para su amada. Sí, la amaba. Ella sonrió alegremente sin entender, no importaba, ya estaba allí.
Cada ocaso era la muerte para él, la luz del sol se extinguía y ella partía, prometiendo siempre, a ella misma o, quien sabe, a él, que volvería. Cada día ella regresaba y  él reverdecía. Ella lo eligió, era su refugio, y él sabia que aunque llegara el ocaso, ella volvería.
El tiempo pasó y el anhelo de poder tocar a su amada era cada vez mas grande. Ese dia, a comienzos del otoño mientras esperaba que llegara la tarde algo pasó. Ella llegó antes de lo habitual, pero no venía sola, un joven tomaba dulcemente su mano, y ambos se sentaron al resguardo del viento bajo su copa. El no sabía qué ocurría, estaba desconcertado. Los jóvenes reían y hablaban en un tono muy cómplice. De repente, el joven sacó de su bolsillo un estuche y tomando la mano de su compañera y ofreciéndole una anillo le propuso matrimonio, él sintió que su raíz se secaba y su corazón de hombre se hacía trizas. Ella sonriente y con lagrimas en los ojos dijo que sí y ambos se fundieron en un abrazo que a él le pareció eterno. Ambos tomaron una piedra y escribieron sus iniciales dentro de un corazón en la corteza del árbol. Fue el dolor mas grande que sintió en toda su vida, no tanto por la marca, si no porque allí estaban inmortalizando la separación definitiva entre el y su amada. Los jóvenes se fueron, y el se quedó solo, con su dolor. Sus hojas perennes se tiñeron de amarillas y de a poco comenzaron a caer. Ella, ya no volvió.
El tiempo parecía haberse detenido. El otoño había pasado y el crudo invierno había secado prácticamente todo el bosque, la primavera estaba cerca, pero a él no le importaba, no había flores que se igualaran a su belleza ni perfumes que se parecieran al de su piel. No quería vivir mas, sus hojas habían caído por completo y su tronco parecía estar secándose, no le importaba.
Pasaron cuatro largos y tristes años, el árbol se había secado casi por completo, solamente subsistía su raíz bajo la tierra, al abrigo de quien sabe qué esperanza. El sonido de una risa familiar lo despertó de su letargo, ¿Sería posible que haya vuelto? Sus ojos nublados alcanzaron a divisar una silueta que luego fue tomando una forma conocida. Era ella, había regresado. Pero esta vez tampoco estaba sola. Una pequeña niña corría delante de ella en señal de juego, sin duda era su hija, la belleza de esos ojos de cielo no podía repetirse de otra forma, tenía que ser su hija. El intentó volver a dormir, ya había sufrido demasiado. Pero de pronto sintió algo raro, ambas mujeres estaban a su alrededor “arreglándolo”. Le quitaban las ramas viejas, le pusieron tierra nueva y le llevaron agua para su raíz. Ella estaba triste por él, el lo sabía, y se sintió culpable por ser quien provocara la desaparición de esa sonrisa inigualable. Después de tanto tiempo el pudo comprobar que también le importaba a ella y puso todo de sí para recuperarse, quería verla feliz, sin importar donde o con quien, si ella era feliz, el también lo sería.
Ella comenzó a venir diariamente otra vez algunas veces con su hija, quien jugaba en una hamaca puesta en sus ramas,  otras también con su esposo. Ya no le importaba, le bastaba con verla y a veces con lograr acercar sus ramas hacia ella. Era su razón de ser, a su manera, pero lo era.
Los días pasaron, los meses, los años… Ambos envejecieron, y aun así ella siempre tenía un buen libro para leer bajo sus ramas y él, una lluvia de hojitas para regalarle.
Un día, ella llego tarde a la cita, se la veía cansada, abatida por el paso del tiempo. Se sentó con dificultad y miró hacia arriba, “Mi amigo, si tus ramas hablaran…” dijo, él sintió que su corazón se paralizaba, era la primera vez que le hablaba. Ella se quedó un rato sentada y luego, con dificultad se levantó y se fue. Como la primera vez, giro sobre sus pasos, lo miró y le dijo: “Gracias por tan lindos momentos”.  El nunca más volvió a verla.
Ella murió unos días después sin saber que al día siguiente de su última visita, habían talado a su querido árbol. Con la madera, fabricaron un ataúd, el más fuerte, y de mejor calidad, el ataúd que su esposo eligió esa noche para ella.
El nunca había podido acariciarla. Ella nunca supo que el la amaba. Ahora, el la tenía entre sus brazos para siempre.

3 comentarios:

  1. Sin palabras,lo unicos por decir ¡vos te pasas!

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  2. Acabo de leer lo tuyo. Me estremeció!!!
    Abrazo desenfocado.

    vb

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  3. Muy copado... Me gustan las fábulas.
    No entiendo cómo es que quiso ser árbol... pero sí comparto la agonía de llevar marcado un corazón ajeno con el nombre amado en la piel.
    Bienvenida a la blogósfera!

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