martes, 24 de abril de 2012

A far piovere...


Había estado esperando la llegada de ese día con muchas ansias. Despertó temprano esa mañana el sol brillaba con intensidad y acercaba su calor a ese día de otoño. Ella tenía el rostro lleno de risas y el corazón cargado de ilusiones. Desayunó temprano, se cambió de ropa y salió a caminar por el parque. “Nada puede salir mal hoy”, se dijo a sí misma.
Estaba absolutamente convencida de que todo iría bien, cuando de repente algo la distrajo. Un accidente en la intersección de dos calles llamó su atención. Había una persona herida que estaba siendo llevada en ambulancia y había otra persona en el suelo, cubierta con una sábana blanca. Pensativa aminoró su marcha sin dejar de mirar la escena, su sonrisa desapareció y al instante una mujer que pasaba junto ella mencionó al pasar “Parece que va a llover”. Sorprendida, miró al cielo y descubrió que el sol no brillaba como hacía unas horas, no le dio mayor importancia y siguió caminando, pero sin dejar de pensar en la desafortunada vida que se había esfumado hacía unos instantes. Qué habría sido lo último que hizo esa persona antes de salir de su casa? Habría discutido con alguien? Habría besado a sus seres queridos? Hubiera actuado de la misma forma de haber sabido que su vida terminaría en los minutos siguientes? Su rostro fue poniéndose cada vez más serio, y el sol cada vez brillaba menos.
Continuó caminando por el parque hasta que la alarma  del reloj le indicó que era el mediodía. Distraída y sin poder dejar de pensar en el accidente que había visto, volvió por el camino que acababa de recorrer. Pensaba en lo que aun faltaba de ese día, en cuánto ella había anhelado ese momento, en lo feliz que se sentía esa mañana al despertar, y en cómo de repente su interés había pasado a otra cosa. Al pasar nuevamente por el lugar del accidente descubrió que ya no quedaban rastros de lo que había ocurrido. Ni la ambulancia, ni la gente curiosa, ni la policía, nada. Una pareja caminaba por allí tomados de la mano, un grupo de adolescentes reían sin parar, un hombre de negocios discutía por teléfono con alguien, pero ninguno se daba cuenta de que allí, hacía sólo un momento,  una vida había dejado de ser. Cómo era eso posible? Su rostro se endureció y el cielo se cubrió de nubes blancas, ahora el sol ya no brillaba.
Al llegar a su casa, comenzó a prepararse para el gran acontecimiento. Pasó por alto el almuerzo, ya que no tenía cabeza para pensar qué comer, tomó un baño, un largo baño.  Estuvo una hora y media metida en la bañera, tratando de entender porque la gente era tan miope que no veía mas allá de sus narices, no podía explicarlo. Ese día que había comenzado con ese sol brillante a esta hora estaba gris, y ese rostro que había amanecido lleno de risas, ya no sonreía. Ese momento tan anhelado para el que ella se había preparado durante tanto tiempo, que había esperado con ansias, como los presos ansían la libertad, ahora ya no importaba. Pero había asumido un compromiso, había dado su palabra, tenía que estar allí.
Lentamente salió de la bañera, secó su cuerpo con mucho vigor, podría decirse que hasta con rabia, de tal forma, que toda su piel enrojeció. Fue hasta su habitación y aún envuelta en la toalla se sentó en la cama. Esta vez no se sentaba a pensar qué ropa o qué zapatos ponerse, ese era un problema resuelto desde el día en que supo que ese momento llegaría. Había elegido el atuendo cuidadosamente, lo tenía colgado frente a su cama y lo veía todos los días, esto acentuaba aun más sus ansias de que llegara ese día. Estuvo mirando su ropa y sus zapatos un rato, le parecía que ya no tenían el mismo brillo de la mañana anterior, ya no le generaban esa emoción intensa de poder estrenarlos.
Lentamente comenzó a vestirse, se miró en el espejo, pero no le gustó lo que vio, de todas formas no podía volver atrás. Sentada frente al espejo cepilló su cabello, había decidido tiempo atrás que no le pediría ayuda a nadie para peinarse, ella tenía un estilo muy personal y quería mantenerlo, quería causar la impresión de ser simplemente ella. Cuando terminó de peinarse tomó el estuche de su maquillaje, lo miró y volvió a dejarlo donde estaba, no quiso ocultar nada, no podía ocultar nada. Su rostro estaba triste y aunque tratara de esconderlo, su corazón no se lo permitiría. Cómo era posible que esa mañana de sol radiante se hubiera convertido en una día gris? Cómo era posible que esa inmensa sonrisa se hubiera transformado en un rostro triste y sin vida? Dónde habían quedado las ilusiones, las esperanzas y los anhelos para ese día? Dónde quedaban los meses de preparación física, intelectual y psicológica para ese momento? Era posible que el accidente de un simple desconocido provocara ese terrible cambio en ella? Era posible que a la gente no le importara nada ni nadie?
Miró su reloj, era la hora. No tenía animo ni siquiera para levantarse de su silla, pero no tenía alternativa. Miro el cielo por la ventana de su habitación, estaba oscuro, al igual que su rostro. Tomó un abrigo y su cartera y salió. Había decidido manejar su propio auto aunque le habían ofrecido llevarla, ella no aceptó, sentía placer manejando, se sentía feliz. Pero hoy no era el caso, y ya no podía cambiar de opinión. Sacó el auto del garaje, y comenzó a conducir hacia su destino. Tenía que ir hacía las afueras de la ciudad, era un viaje de media hora aproximadamente, con un paisaje de campo, a veces verde vivo y a veces amarillo triste. A medida que avanzaba, su corazón se sentía más oprimido, y el cielo de repente se puso negro.
Abruptamente frenó el auto, sin darse cuenta, había llegado a su destino. Se bajó, se paró frente al lugar y lo miró un largo rato, finalmente había llegado ese día, ese momento tan especial, la concreción de su sueño, pero ya no le importaba, el egoísmo había hecho de ese día especial, un día sin sentido.
Hizo el intento de seguir, llegó hasta la entrada principal, pero allí terminó todo. Una lagrima comenzó a correr por su mejilla, por ese rostro que horas antes estaba radiante como el sol de la mañana. Una lágrima que rodó y cayó al suelo despertó a otra que también comenzó a rodar por su rostro hasta morir en el suelo, pero esta última vino acompañada por otra, vino acompañada por una lágrima del cielo. Había comenzado a llover. Ella no pudo contenerse mas, el llanto corría  libremente por sus mejillas, lloraba con gemidos de dolor y en el cielo resonaban los truenos, su corazón estaba abriendo las compuertas para dar paso a ese torrente de lagrimas y el cielo convirtió esa mañana de sol en una tarde oscura y lluviosa.
No podía entrar, ese ya no era su lugar, ya no tenía nada que hacer allí. Dio un paso atrás, miró la entrada, y con los ojos empapados de llanto y lluvia y la voz entrecortada musitó un “Perdón”. Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el campo. La lluvia se transformó en una inmensa cortina gris, su cabello estaba empapado, su ropa tan cuidadosamente elegida, ahora ya no servía, sus delicados zapatos completamente cubiertos de barro. Ya nadie volvió a verla.  Sus sueños, sus ilusiones y sus anhelos, se los había llevado la lluvia.