martes, 26 de noviembre de 2013

LA VIUDA LLAMA A REUNIÓN: UNA TARDE POCO COMÚN.



    -Más vale que te portes bien si no querés que te saque de la oreja, eh?


Di una vuelta completa con los ojos sin que ella me viera y murmuré un “sí”, mientras trataba de seguirle el paso a la señora que me llevaba de la mano casi a los tirones.

    -Ma, ¿vamos a llegar tarde? ¿Por qué vamos tan rápido?¡Me canso!

Mamá aminoró la marcha, a decir verdad creo que no tenía ningún apuro por llegar.

    -¿Por qué tenemos que venir?
    -Porque la tía nos pidió que vengamos
    -¿El tío dejó algo para nosotros?
    -¡Pero! ¡Qué va a dejar ese miserable!
    -Y entonces ¿A qué venimos? –Mamá se paró en seco, giró y se agachó para poder mirarme a los ojos.
    -¿Te acordás cuando llegamos a vivir a Santa Fe? ¿Y cuando estuviste internada? ¿Y cuando tu papá nos dejó? ¿Te acordás de haber visto a alguien además de a mí en todos esos momentos?
    -Sí, a la tía.
    -Bueno. No venimos por si tu tío nos dejó algo, venimos a acompañarla a ella y a demostrarle cuánto la   queremos.

La tía Tere había sido la única que nos había dado una mano de verdad en el poco tiempo que llevábamos viviendo en Santa Fe. En realidad era la esposa de mi tío, el hermano de mi papá. Mis tíos se habían separado al igual que mis papás, mi tío se había quedado con todo y había llevado a la casa a su nueva pareja. La tía Tere y mis primas se fueron a vivir a una casa prestada a unas pocas cuadras de donde vivía él. Mi tío había muerto a causa de una enfermedad que arrastraba hacía años y, como nunca se habían divorciado y él no dejó testamento, la tía fue con un juez a recuperar lo que le correspondía a ella y a sus hijas.

El motivo que nos llevaba a mi mamá y a mí a la casa de los tíos era una suerte de festejo, no por la muerte del tío Salva, no, no, no, era porque “por fin se había hecho justicia”, como decía la tía por esos días.
Teresa Albornoz viuda de Pavone había decidido restaurar su casa para empezar una nueva vida allí, sola. Y para eso había muchas cosas que tenían que irse, cosas que habían sido de don Salvador Q.E.P.D. y que, o molestaban, o le recordaban demasiado a él. Ropa, herramientas, fotos, souvenirs de viajes, en fin, un arsenal de recuerdos que ya no servían para nada, al menos no a ella. Así que había decidido convocar a un grupo de personas allegadas a la ex familia para distribuir todas esas cosas entre los que estuvieran interesados.

Cuando llegamos, la puerta estaba entreabierta así que entramos.

    -¡Permiso Tere! – dijo mamá.
    -¡Pasen! – se escuchó desde el fondo.

La tia estaba acomodando las últimas cosas en una caja para llevar al living donde ya había cinco cajas más prolijamente ordenadas con todo lo que había pertenecido a su ex y fallecido marido.

    -Hola Laura, gracias por venir a darme una mano con todo esto. Hola Piquito –me dijo apretándome la  nariz–Te estaba esperando con algo fresco.

Ese día hacía calor y era la hora de la merienda, así que sonreí con todos los dientes que me quedaban, porque ya se habían caído unos cuantos, esperando una chocolatada con facturas. Seguí sonriendo mientras la veía ir a la heladera, hasta que se dio vuelta y, en lugar de una taza, sacó un vaso de acero inoxidable. Si hubiese tenido mas dientes flojos, sin dudase hubiesen caído todos en ese momento. En la casa de esos tíos, el vaso de acero inoxidable era sinónimo de jugo de pomelo “Araya”. No sé, no me pregunten  por qué pero era así. Si había algo que mi voraz y poco selectivo apetito infantil detestaba era, justamente, el jugo de pomelo “Araya”. Y todo el mundo lo sabía.

La tía se empezó a reír al notar mi cambio de expresión, se reía mucho, de hecho. Se ve que fui muy evidente.


        -No te asustes. –Me dijo– No es jugo de pomelo, es chocolatada. Pasa que las tazas que había acá las compró tu tío y están en una de las cajas del living, por eso la preparé en este vaso –dijo, y siguió riéndose. –Ese jugo asqueroso siempre fue el favorito de tu tío, lo que es yo, no lo tomo nunca más. Si querés llevá la leche a mi pieza y tomala mientras ves la tele así tu mamá y yo ordenamos todo. Te compré dos cañoncitos con dulce de leche.

Esa era mi tía.

Agarré mi merienda y me fui a ver a los Cazafantasmas. Mientras merendaba se escuchaban algunos jirones de conversación; la tía decía:

         -Y nada, que van a decir. Ellas quieren que yo esté bien. Además saben muy bien lo que era el padre, no son ningunos bebés de pecho.

No entendí muy bien qué era lo que decía mi mamá, pero parecía que hablaban de mis primas. Si era así, era demasiado obvio que no eran bebés de pecho, si las dos tenían más de treinta.

Al rato comenzó a escucharse una tercera voz y más tarde una cuarta, y después de un rato ya había un murmullo bastante aturdidor. Me asomé por la puerta del pasillo que daba al living para ver quienes estaban. Vi a don Basilio, el señor del almacén, vi al cubano del barrio San Martín, estaba Cuky, la señora de la carnicería de la esquina, estaba… ¿el tío Víctor? Que raro… pero sí, ahí estaba. Y al resto no los conocía. Serían unos diez en total, además de mamá y la tía.

Volví a la pieza a seguir mirando dibujitos, los Cazafantasmas habían terminado así que puse el canal de la palomita, porque cuando en el canal que tenía muchos colores terminaban los Cazafantasmas, en el de la palomita empezaban Los Autos Locos o el Conde Pátola.

Al rato me aburrí y volví a asomarme por la puerta. La tía estaba hablando:

   -Contigo pan y cebolla, me decía el muy caradura. El pan me lo tuve que ganar yo, poniendo el lomo. Y si hay algo que abundó en esta casa fueron cebollas. Más de uno me vio llorando alguna vez, ¿o no?

Con esa frase me explicaba el olor tan particular que siempre había sentido en esa casa.

Salí al patio a ver si estaba la tortuga por ahí. La busqué un buen rato, entre las plantas, en el cuartito del fondo, en el pasillo, entre las plantas otra vez, hasta que me cansé y me senté en el suelo. El patio se veía muy lindo, estaba limpio, corría vientito y había sombra gracias a la enorme parra…la parra… ¡Los gusanos! Salí corriendo desesperadamente hacia la seguridad del marco de la puerta  que daba al patio y empecé a sacudirme y a hacer una especie de baile que pudiera sacarme de encima cualquier posible gusano que estuviera en mi ropa o en mi cabeza en ese momento. Los odiaba. Los odiaba casi tanto como al jugo de pomelo del tío. Esa parra estaba en el patio con el fin de dar un poco de sombra, ni siquiera daba uvas, solo gusanos. Es más, creo que si en algún momento la planta daba alguna uva, se la comían los gusanos. Eran enormes, medían como dos metros y tenían forma de collar de perlas, solo que eran verdes, el mismo verde de la parra.

En fin, seguía yo sacudiéndome sin parar para intentar sacarme los gusanos invisibles cuando apareció mi mamá.

    -¿Qué estás haciendo?
    -¡Ay,fijate, fijate, ma! ¡Creo que tengo un gusano en el pelo!

Mamá se rió sonoramente. Sabía que nada de lo que me diga para tranquilizarme iba a servir. Una vez me había dicho que esos gusanos después se transformaban en mariposas, y desde ese día mataba a todas las mariposas que aparecían por ahí. Así que simplemente me sacudió el pelo con la mano y me dijo:

      -Listo. No tenés nada. Andá a lavarte la cara que tenés dulce de leche de los cañoncitos y después vení conmigo.

Obedecí como pocas veces. Fui al baño, me lavé la cara y volvi con mamá, que estaba en el living. Las personas que quedaban tenían cada uno una caja o una bolsa con cosas que habían sido del tío, y ahora todos hablaban de otra cosa y tomaban mate.

Vi que el enorme sombrero traído de Paraguay ya no estaba. Menos mal, ya no tendría que cerciorarme que no hubiese monstruos detrás cada vez que iba a esa casa. Vi que en el piso algunos tenían a su lado bolsas con ropa, unas baldosas mas adelantes había cajas cerradas, y en frente de esas cajas, una caja metálica despintada que antes había sido azul. Había visto a mi papá llevar esa caja a casa algunas veces, adentro tenía un martillo, tres destornilladores, dos pinzas y algunas cosas más. Miré a la persona que se llevaba la caja.

    -Tio victor, ¿te llevás las herramientas del tío Salva?
    -¡Viste, Negro! ¡Ni la nena puede entender qué hacés vos con herramientas de trabajo –dijo la tía y todos se rieron a carcajadas.
    -Sí, querida. Las llevo porque me hacen falta. Valen mucha plata –dijo el tío.
    -¿Las vas a vender? –pregunté yo y nuevamente estallaron las carcajadas.

Mi tío, el “negro” Víctor era famoso por su afición a la vagancia, el “después voy” y la falta de amistad con medio barrio, en ese momento no tuvo más remedio que reírse, pero esa risa me dio miedo. Pienso que algún día el tío nos va a matar a todos.

En la mesa habían quedado algunas cosas sueltas y una caja. Me acerqué a mirar qué había. Saqué una bolsa azul, un poco pesada, que hizo ruido como de algo que se podía romper. La miré a la tía y le sonreí con los pocos dientes que me quedaban.

       -¿Viste, Piquito? Nadie quiso esas tazas feas que compró tu tío –me dijo, y me devolvió la sonrisa.

Debajo de la bolsa azul había un pedazo de madera rectangular con un alambre cruzado. Cuando lo saqué vi que del otro lado había una foto. Me quedé mirándola un buen rato. De repente me di cuenta que todos se habían quedado callados. Levanté la vista buscando a mi mamá, todos me miraban, incluso la tortuga, estaba en el living.

    -Ma –le dije mientras le mostraba la foto– ¿este es papá cuando era más viejo? –mamá sonrió, pero se le inundaron los ojos. La tía salió al rescate.
    -No, Piquito. Ese es tu nono, el papá de tu papá. ¿Te gusta el cuadro?
    -Sí, me gusta. También hay un caballo en la foto, es muy lindo. Pero ¿Por qué el nono no viene a visitarme?
    -Porque el ya no vive más. Estaba enfermo y era muy viejito, y murió antes que vos nazcas, por eso no lo conociste. Pero podés llevarte ese cuadro si querés, para recordarlo ¿qué decís?

Volví a mostrar mi sonrisa escasa de dientes, miré a mamá y también le sonreí a ella. Al final, esa tarde resultó mejor de lo que esperaba.




1 comentario:

  1. Sólo una cosa por decir... Pobres maripositas!! :(
    Muy lindo relato, es increíble cómo ven al mundo los niños... tan real.

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